lunes, 15 de diciembre de 2008

Un encuentro con el arte berlinés


Los museos y monumentos de Berlín han hecho de esta ciudad un importante centro cultural donde se entremezclan diferentes estilos artísticos. Un recorrido por las galerías y puntos de arte más emblemáticos de la capital alemana.

Martes, 8 de la mañana.
Berlín amanece envuelto en la niebla. Con idea de visitar algunos de los puntos artísticos de uno de los focos culturales más importantes de Europa, me encamino hacia la Isla de los Museos, Museumsinsel, situada en el noroeste de la ciudad.
Desde la Puerta de Brandenburgo, tomo Dorotheenstrasse y atravieso Friedrichstrasse, para llegar a Oranienburger Strasse, famosa por el arte callejero y vanguardista que asoma por cada rincón de la avenida.
En el número 54 de esta calle se encuentra Kunsthaus Tacheles, una casa ocupa donde artistas alternativos e independientes han instalado sus talleres.
Con curiosidad, me adentro en el edificio y recorro cada una de sus cinco plantas. Las paredes, decoradas con grafittis y carteles, indican al visitante dónde están los estudios de pintores y diseñadores. El arte puede tocarse en cada esquina, en cada tramo de escaleras. Un grupo de artistas bohemios han demostrado que pueden cambiar las cosas: una inmensa casa, antes abandonada, convertida en un mágico museo.
En la planta baja se encuentra el Café Zapata, donde hasta el 31 de diciembre se expone una muestra de la obra del fotógrafo Sam Holder.
Salgo de nuevo a la calle y, tras dejar atrás numerosas tiendas donde se venden originales cuadros y grabados, llego a Museumsinsel.
La calle está desierta; no se oye ni un ruido, con excepción de los estridentes graznidos de una bandada de cuervos que sobrevuela el cielo gris. A mi derecha se encuentra la Alte Nationalgalerie, cuya entrada en reconstrucción hace pensar que el museo está cerrado. Al aproximarme, compruebo que no es así y entro. Dos de las tres plantas que componen el edificio albergan la colección permanente de la galería. Un lugar perfecto si lo que se busca es pintura alemana del romanticismo y del realismo (Von Menzel, Leibl, Liebermann y Böcklin son algunos de los artistas aquí expuestos), pero no es el tipo de arte que consigue detenerme y termino el recorrido con rapidez.

Decido que la siguiente visita será al Pergamon-Museum, cuyo nombre se debe al majestuoso Altar de Pérgamo que se erige en el vestíbulo principal. Entre las reconstrucciones de monumentos clásicos, destaca el palacio de Mshatta, cuyas ruinas están situadas a 30 kilómetros de Amman, capital de Jordania.
Con la sensación de haber retrocedido 2.500 años en el tiempo, abandono el lugar y tomo Unter den Linden, uno de los bulevares principales de Berlín, cuya característica más destacada es que se encuentra bordeado de tilos. Sin embargo, en esta época del año, los árboles están desnudos y para aquellos que no tengan nociones de botánica, bien podrían pasar por cualquier otro tipo de planta.
Resuelvo terminar el paseo en el Kulturforum, un conjunto de museos y bibliotecas modernas. Pero antes, quiero subir a la cúpula del Reichstag, diseñada por Norman Foster en 1993. A pesar del viento gélido, la cola de media hora merece la pena. La bóveda acristalada permite una espectacular vista de la ciudad. Aunque a esta hora de la tarde ya es noche cerrada, los edificios berlineses más emblemáticos están iluminados y la panorámica es extraordinaria. Al salir, el autobús número 85 me lleva a Potsdamer Platz, situada a 550 metros del Kulturforum. Son casi las 6 de la tarde, hora en la que cierran todos los museos de la ciudad, por lo que sólo me da tiempo a visitar la Neue Nationalgalerie, un museo moderno donde se exhiben dos muestran temporales: una colección de Klee y otra de Jeff Koons.
En la entrada me recibe un imponente perro de plástico rojo que parece haber sido construido con globos de dimensiones imposibles. Klee me sigue sorprendiendo, a pesar de que puedo imaginar lo qué me voy a encontrar en la sala donde se muestran sus obras. Minutos después, una voz que masculla un idioma ininteligible parece indicar que se termina el tiempo de visita. Al abandonar el edificio, el frío y la oscuridad de la calle hacen que me decante por una cena rápida y por el calor del hotel, donde podré reflexionar acerca de Berlín y de sus fascinantes museos.

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